4 de diciembre de 2014

Arcoíris


Regordeta como pocas empezó a deslizarse inmediatamente hacia abajo y, mientras unas se le unían y otras indiferentes la dejaban pasar, una pregunta estaba en el aire: ¿lograría llegar al final o se consumiría antes?
El acompasado sonido de la lluvia era la mejor banda sonora para su avance, pero muy pronto pareció evidente que perdía masa demasiado rápido.
Sin embargo, ocurrieron dos cosas inesperadas: algunas gotas se le sumaron cuando el chaparrón arreció y un dedo infantil la señaló dándole un protagonismo y una importancia hasta ese momento inimaginables.
Así, cuando la gota llegó a la parte inferior de la ventana y desapareció, todo había cambiado: la pequeña gigante lucía una sonrisa, algo extraño, y es que acababa de decidir que iba a dejar de llorar por la pérdida de sus padres, que de las lágrimas se encargasen las nubes, las verdaderas profesionales.

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